Un cachete, una bofetada, un azote, una colleja, un capón, un zapatillazo… son términos clásicos, con connotaciones no demasiado negativas… por desgracia.
duración: 15 minutos
Un cachete, una bofetada, un azote, una colleja, un capón, un zapatillazo… son términos clásicos, con connotaciones no demasiado negativas y que muchos españoles tienen asociados a la educación de sus hijos. Utilizados de forma muy puntual, como último recurso, para marcar claramente un límite a un niño o a un preadolescente, un buen número de personas lo ven como algo eficaz.
Otros, entre ellos multitud de pedagogos y psicólogos, y por supuesto nosotros, no estamos de acuerdo; insisten en no criminalizar a los padres que los usan (hay que dejar claro que no estamos hablando de violencia gratuita o de malos tratos graves, como palizas), pero rechazan tajantemente ese comportamiento como herramienta válida o adecuada para educar a los niños, primero, por reprobable en sí mismo -«Si no lo justificamos en el ámbito de la pareja, ¿por qué sí con los niños, que están indefensos?»- y, segundo, porque no funciona, al menos a largo plazo.
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