Quid pro quo
El amor. Muchas personas le otorgan un poder todopoderoso y la misión de salvaguardar a la pareja. Sin embargo, desde la psicología clínica se sabe que con el amor no es suficiente. Según la cantidad y calidad de los intercambios recíprocos que haya en la pareja, se contará con mayor o menor satisfacción. Día tras día se valora el deseo de seguir e invertir esfuerzos en la relación o no.
Es interesante tener en cuenta que el sentimiento amoroso evoluciona del enamoramiento al lazo afectivo de larga duración. Esto quiere decir que existe una etapa de “amor pasional” que dura entre 18 meses y 3 años. Durante este tiempo, nuestro organismo va a mil por hora: en nuestro cerebro manda nuestro deseo por la persona amada, nos regimos por emociones, incluso podemos llegar a sentir menos dolor (como si fuésemos imparables, superhéroes), somos un “cóctel de hormonas” y las expectativas hacia la otra persona y la relación están disparadas. Se ha estudiado que el enamoramiento es insostenible a largo plazo, pues habría un colapso y nuestro organismo moriría de agotamiento.
Entonces, ¿qué pasa luego? Después de esa fase, aparece el apego o lazo afectivo de larga duración, momento en el cual florece el compromiso, la amistad, el amor maternal, el afecto, el compañerismo… Sin embargo, también sucede que, conforme la relación avanza, la imagen idealizada cae, aparecen las rutinas, muchas veces también aumentan las obligaciones y disminuyen o desaparecen las actividades gratificantes en pareja. Incluso, puede pasar que nos relajemos y dejemos de invertir esfuerzo en la relación. Esto puede deberse a que damos por hecho ciertas conductas, lo cual nos lleva a no reconocer ni agradecer lo que el otro miembro hace por la pareja. Esto lleva a una espiral de insatisfacción.
Para romper con ella debes conocer el término “la Cuenta Bancaria” (Gottman, 2010). Y no, no hablo de nuestra cuenta de banco, es un término que se utiliza en psicología para referirnos a que: cuanto más inviertes (en positivo, claro), más beneficios obtienes. Esto tiene que ver con la Reciprocidad. Pongamos un ejemplo que seguro todos hemos vivido: conoces a una persona, llega el día de tu cumpleaños y te hace un regalo, el cual tú no te esperabas. Ahora llega el día de su cumpleaños, ¿le comprarías un regalo? O, imagina que un amigo vuelve de sus vacaciones con un souvenir para ti; más tarde, cuando tú te vas de viaje, entras en una tienda y caes en regalarlo algo también. Lo mismo ocurre en las relaciones. De forma natural, normalmente, si tú inviertes tiempo y esfuerzo en tu pareja, él o ella te recompensará. Lo mismo ocurre al revés. Si uno de los dos deja de gratificar, la otra persona se cansará de ser la única que invierta. Si tú sorprendes un día a tu pareja con una cena romántica, posiblemente tu pareja te responda con un ramo de flores, un perfume, proponiéndote una cita, un masaje…
Esto no consiste en ser egoístas y dar para recibir, sino en tener interés por cuidar la relación. Recuerda que una relación debe ser un “quid pro quo”.
María Vilar Escribano
Psicóloga, sexóloga y terapeuta de parejas